Un cuervo aparece volando en el cielo y se posa
en una vieja encina solitaria. Es un personaje que el
folklore y la literatura han popularizado como un “pájaro
de mal agüero”, cuya sola presencia, con su plumaje
negro, anuncia calamidades.
El texto no sólo recupera este personaje tradicional, sino que también utiliza elementos propios de la fábula: con su abrigo, sus zapatos y su reloj de bolsillo, el aristocrático “príncipe de los enredos” se nos presenta más como un hombre de negocios que como un ave; y con sus palabras, tan afiladas como su pico, corroe paciente y calculadamente la tranquilidad de sus interlocutores, hasta producir nefastos resultados.
Mediante un lenguaje sencillo y claro, e ilustraciones a doble página que expresan un profundo dramatismo, esta historia nos moviliza e interroga a grandes y chicos. Y así, la literatura da el primer paso para cambiar el mundo: abrirnos los ojos y despertarnos emociones adormecidas.
El texto no sólo recupera este personaje tradicional, sino que también utiliza elementos propios de la fábula: con su abrigo, sus zapatos y su reloj de bolsillo, el aristocrático “príncipe de los enredos” se nos presenta más como un hombre de negocios que como un ave; y con sus palabras, tan afiladas como su pico, corroe paciente y calculadamente la tranquilidad de sus interlocutores, hasta producir nefastos resultados.
Mediante un lenguaje sencillo y claro, e ilustraciones a doble página que expresan un profundo dramatismo, esta historia nos moviliza e interroga a grandes y chicos. Y así, la literatura da el primer paso para cambiar el mundo: abrirnos los ojos y despertarnos emociones adormecidas.